I'll go back to Spanish on this ocassion, hopping to translate this very soon so my English speaking readers can get to know this story. For now...
Hace unos días leí un artículo sobre los esfuerzos de una pareja de venezolanos para mudarse a Londres y permanecer allí. Realmente me enganchó y me hizo interesarme en buscar historias similares en Dublín. Luego de contactar por Facebook y acordar reunirnos en un café en City Centre, finalmente conocí a Graciela, una chama de Valencia (Venezuela) que se animó a contarme y dejarme contar su historia.
Hace unos días leí un artículo sobre los esfuerzos de una pareja de venezolanos para mudarse a Londres y permanecer allí. Realmente me enganchó y me hizo interesarme en buscar historias similares en Dublín. Luego de contactar por Facebook y acordar reunirnos en un café en City Centre, finalmente conocí a Graciela, una chama de Valencia (Venezuela) que se animó a contarme y dejarme contar su historia.
Como muchos otros paisanos en la isla, llegó en el infame primer trimestre del 2014, época en la que muchos nos sentimos como en una de esas películas de ciencia ficción en las que hay que pasar por un portal que se va cerrando y una vez que suceda será demasiado tarde y los protagonistas quedarán atrapados en un universo paralelo.
No es que Irlanda fuera el sueño de su vida, de hecho, Canadá fue su primera opción pero luego de un error con el papeleo, no quiso exponerse a un segundo y costoso rechazo. Fue entonces cuando la idea de la Isla Esmeralda le llegó durante una feria de posibilidades de estudio en el exterior,
Inicialmente, el plan sería pasarse seis meses estudiando inglés, una habilidad que se le hacía cada vez más necesaria en su trabajo; graduada de Comercio Internacional y con un buen cargo en una compañía de textiles en Valencia, las cosas iban bien, al menos a nivel personal.
Pero el entorno era cada vez menos alentador. Era octubre de 2013 cuando decidió comprar un pasaje y alejarse de la violencia, la inseguridad y tantos otros males que no vale la pena enumerar en este momento.
Arte cinético
A estas alturas la foto de los pies sobre la obra "Cromointerferencia de color aditivo" de Carlos Cruz Diez en el piso del aeropuerto es prácticamente un meme de Internet. Pero quienes recorren la obra con sus dos maletas y un bolso de mano son también artistas cinéticos, o en criollo, del movimiento.
Vía usuarioblog.com |
Desde que tuvo su pasaje en mano, Graciela comenzó a planear su estrategia, que involucraba llevarse con ella a su hermano de 19 años (su hermana mayor ya tenía tiempo en Miami).
"Decidí pasar Navidades con mis padres. Les dije que tenía el presentimiento de que esta iba a ser nuestra última Navidad juntos en mucho tiempo", comenta. En la mesa durante la entrevista solo compartimos un latte y un te con leche, como cosa rara, está lloviendo.
"El 4 de enero dejé la casa de mamá y fui a donde papá. Al principio solo quería aprender inglés, pero para este momento ya no aguantaba más", el asesinato de una persona en frente de ella y la vez que dejó de irse de rumba para luego enterarse que unos tipos que el portero no dejó pasar decidieron montarse en un carro y repartir balas al resto de la cola son dos argumentos tan pesados como el plomo que ya no quería seguir temiendo.
Así, luego de "sacarse todas las espinas" y perdonar rencores acumulados, Graciela se despidió de Venezuela en paz, pero sin sentimentalismos. Un amigo la acompañó al aeropuerto, evitándole así el tener que derramar lágrimas sobre una obra de arte.
Qué vas a hacer?- le preguntaba su madre días antes.
Lo que sea-
Los trámites para salir, largos, burocráticos e intimidantes para muchos, se le dieron con rapidez y sin contratiempos, hecho que no tardó en interpretar como una buena señal. Su única reflexión respecto a esta etapa fue la forma en que ella y su hermana mayor manejaron el viaje de su hermano, "Entendía que era lo mejor, pero estaba muy dolido de que hubiésemos decidido por él. Se puso muy triste, tuvo que terminar con su novia y dejar a sus amigos. Nunca le preguntamos qué quería hacer", recuerda.
"Me tomé la correspondiente foto en el aeropuerto y me dije, amo a mi país y mis experiencias aquí. Es chimbo y lamentable pero hoy me despido y espero que Dios y la Virgen me den la oportunidad de volver algún día".
La suerte del irlandés
En inglés es común escuchar la expresión "The Luck of the Irish" ("La Suerte del Irlandés"). Aunque mucha gente la usa para decir que alguien es simplemente suertudo, es un poco más complicado; después de todo, cualquiera con un mínimo conocimiento de la historia irlandesa sabe que se trata de una nación que ha pasado por épocas muy duras. Por lo tanto, la expresión realmente tiene una connotación casi agridulce, es una suerte que solo llega tras superar grandes adversidades, una suerte que se hace esperar.
Por ejemplo, la del inmigrante que dejó todo atrás y cruzó el océano para sobrevivir. Hace cien años eran ellos, ahora somos nosotros. Hace cien años conseguían trabajo en una mina, hoy como cleaner en una cocina. Quizá sí hemos avanzado algo.
Al poco tiempo de llegar a Dublín, Graciela recibió su primera porción de suerte irlandesa...
"Un chico se ofreció a alquilarnos una habitación a mi hermano, un amigo que estaba con nosotros y a mi. La casa era linda y la zona bonita, nos arreglaríamos los tres con un cuarto, yo con mi hermano en la cama doble y mi amigo en la individual". Sin conocer de precios en la zona, y confiada por tratarse de un paisano, aceptó un precio de 350 euros por persona (para un total de 1050, el precio de un apartamento bien ubicado o una casa pequeña en las afueras de la ciudad).
"Llegamos en invierno y hacía frío. Los landlords eran una pareja de evangélicos venezolanos. No nos dejaban prender la calefacción. Estábamos siempre en el cuarto y para cuando explotaron los peos de febrero, yo estaba todo el día pegada de la computadora".
Confrontarlos solo empeoró las cosas, peleas infantiles la ocupaban en casa, mientras del otro lado del Atlántico el país era fuente continua de cifras de fallecidos, heridos y destrucción.
Decidieron separarse, ambos chicos se fueron a una habitación y Graciela a otra, en el apartamento de una Irlandesa "solterona, desastrosa, que no se le entendía nada". Al menos estaba cerca del centro, agrega.
Y la racha de Irish Luck apenas comenzaba. El instituto donde llegó a estudiar inglés fue uno de los primeros afectados cuando varias escuelas de idiomas comenzaron a cerrar en 2014, dejando a numerosos estudiantes varados sin la posibilidad de sumar la asistencia necesaria para cumplir con los requisitos que exigen para conservar una visa. Aunado a esto, tras los mencionados "peos de febrero", el gobierno venezolano tomó el close de escuelas irlandesas como argumento para suspender la autorización de intercambio de divisas, así que quienes ya estaban acá se vieron sin posibilidades de recibir dinero desde casa, y sin posibilidades de trabajar por la incertidumbre con las escuelas.
"Íbamos a las reuniones con inmigración y nos trataban como perros. Sin CADIVI cambió todo, nos convertimos en un estorbo", concluye al respecto. El golpe fue demasiado para su hermano, quien poco después decidió mudarse a Miami, donde al menos su otra hermana estaba mejor establecida y podía brindarle apoyo.
"Íbamos a las reuniones con inmigración y nos trataban como perros. Sin CADIVI cambió todo, nos convertimos en un estorbo", concluye al respecto. El golpe fue demasiado para su hermano, quien poco después decidió mudarse a Miami, donde al menos su otra hermana estaba mejor establecida y podía brindarle apoyo.
"Empecé a dejar CVs, a pedir hablar con el gerente. En una ocasión me rechazaron por ser venezolana porque el dueño había tenido otro venezolano que lo había robado". La búsqueda de empleo era una mina y hasta ahora Graciela se había agotado excavando para regresar a casa con el cansancio y nada más.
"A todas estas muere mi abuela", agrega, culpando a los gases lacrimógenos que rápidamente deterioraron su -hasta entonces buena- salud durante los infames peos de febrero, como llama por tercera vez a la serie de protestas que tomaron al país en dicho mes.
Días antes de irse a Irlanda, recuerda haberle dicho a su hermano "que se despidiera de la abuela porque probablemente era la última vez que la íbamos a ver", sin embargo, la manera en que ocurrieron las cosas hace que el relato se nuble más de rabia que de tristeza.
"Me quedaban 70 euros en el bolsillo, hice mercado y me dio una depresión. Sentí que no puedo".
Por esos días consiguió una entrevista con un pakistaní que conseguía niñeras Au Pair para familias locales.
Dónde vives?- le preguntó el hombre.
Ella comenzó a llorar.
Mi renta termina el domingo y luego de eso no tengo a donde ir- explicó lo mejor que pudo.
El hombre le dijo que la pondría en contacto con una amiga que podría alquilarle una habitación y se ofreció a prestarle lo suficiente para pagar las dos primeras semanas de estadía con la condición de que le pagase al comenzar el trabajo.
No te dio miedo confiar de esa manera en un desconocido?- Salté a preguntarle mientras una serie de flashes pasó por mi mente, como una versión ultra resumida de la película Búsqueda Implacable (Taken).
No me dio miedo, no tenía nada qué perder- responde.
Y finalmente, un pequeño brillo comienza a aparecer. La suerte irlandesa es aliada de la perseverancia y la señora que la recibió esta vez llegó a convertirse en un gran apoyo. "Era un amor, un ángel. Hablaba español y varios otros idiomas, es profesora de japonés. Hablábamos mucho, trataba de darme fuerzas y me contaba sus dificultades, me ayudó a quitarme los pensamientos negativos".
La buena vibra y apoyo moral que recibió en su casa tuvieron un efecto inmediato. "La noche que me mudé a esa casa empecé a recibir correos de familias que querían que fuera su Au Pair. Conseguí una familia en Skerries y me mudé a finales de julio".
The Simple Life
Skerries -describe Wikipedia- es un pueblo marítimo en Fingal (condado ubicado al norte de Dublín). Con casi 10.000 habitantes, es un cambio total de ambiente para alguien que viene de Valencia, una agitada ciudad que sobrepasa los dos millones de personas.
Antes de que el pakistaní concretase la oferta de trabajo ya Graciela iba rumbo a la casa de una familia Irlandesa con 3 niños (uno de 3 años, uno de 5 y uno de 11 meses). Como muchas otras Au Pairs, trabajaba por una mesada de 100 euros semanales, de lunes a viernes, de 8:00 am a 6:30 pm, esto incluyendo la habitación y alimentos por cuenta de la familia.
"Aunque no me gustaba mucho el trabajo, la casa era genial, en una colina con vista al mar. Allí pude organizar mis ideas".
En especial algunas de las más desordenadas que rondaban su mente, como la propuesta de matrimonio que un amigo español le había dejado en pie, más por solidaridad y amistad que por interés romántico.
"Qué estoy haciendo? Yo no soy así. No voy a tomar así una decisión que para mi es importante. Yo no quiero terminar divorciada, soy a la antigua en ese aspecto". Esta reflexión la motivó a rechazar "al amor de su visa".
Poco a poco la vida en Skerries le hizo recuperar algo de paz interior. "Me puse en manos de Dios y cambié la actitud, dejé la angustia. Fue una oportunidad muy grande independientemente de que me gustara o no, de que me explotaran o no. Mejoré mi inglés como no tienes idea".
Dejar que las cosas fluyan
Unos meses después, en septiembre de 2014, ahora trabajando "live out" para una familia con un chico de 12 años, Graciela volvió a clases para completar las asistencias requeridas para optar a renovar la visa. Vivía en una casa de una habitación, habitada por cinco personas y atendida por un landlord que brillaba por su ausencia (especialmente a la hora de resolver problemas).
"En eso, un amigo se quema el brazo y yo voy a ayudarlo". Como si se tratara de una cuña de ron, una cosa lleva a la otra y los invitan a una fiesta donde conoce a un chico español con el que comienza a salir "muy poco a poco, llevábamos dos semanas saliendo y no nos habíamos dado ni un beso".
Tras un par de meses, ya la cosa iba más en serio y un día el chico vio las condiciones de la casa en la que vivía Graciela.
"Ahora entiendo por qué estás siempre enfermándote".
Poco después, él le propone mudarse juntos y en esta ocasión Graciela dice que sí. Para Navidades, ambos iban a España a visitar a la familia y a pesar de que la recibieron con amabilidad, la distancia de sus seres queridos hizo resurgir el óxido de la depresión.
Con éste, las dudas.
Acaso era algo precipitado? Era amor verdadero o la necesidad nublaba el juicio?
Momento de un reality check. "Este tipo me quiere y es la mejor relación que he tenido". No eran las condiciones ideales, y no era un tipo perfecto, pero la vida no es ni una ni la otra cosa, y Graciela decidió intentarlo.
Todo va a estar bien
"Desde los 16 años trabajo y nunca he contado con apoyo. Yo misma me pagué mi carrera y me gradué, la satisfacción más grande. En Venezuela tenía una vida decente, un buen cargo, un buen sueldo y acá me tocó tirar el título a la basura y limpiar baños. Ese es el destino de los venezolanos afuera" -concluye- "Es fuerte y duele. No es que yo lo merezca más que los demás, pero después de año y medio me afecta seguir lavando baños".
Es un destino común, un tema que entre los grupos de venezolanos en la zona es tan sensible como la parte suave que queda expuesta cuando se muda un diente de leche. Pero aunque a nadie le guste "lavar baños", no es un final triste, de hecho, no es un final en lo absoluto.
Hace poco, el chico le pidió que se casara con él .
"Aun cuando yo no creo en el matrimonio, quiero hacer esto por ti, has pasado por mucho y tengo una misión en la vida de hacerte feliz. Aunque para mí no signifique nada, sé que te ayudará mucho", Graciela parafrasea la propuesta, romántica, a su manera.
Tras un sí dado con convicción, el día a día no ha cambiado mucho. Ambos viven juntos, comprometidos por los momentos, Graciela aun limpia su cuota semanal de baños mientras busca un trabajo mejor, pero hay buena vibra y optimismo.
"Regresar no es una opción", comenta. Se le hace fácil ver un futuro mejor en medio de las dificultades cotidianas, hay "luz al final del túnel" y una sensación de que "todo va a estar bien".
Cuando nos despedimos -tazas vacías desde hace rato- noto un pequeño trébol de cuatro hojas tatuado en uno de sus brazos, un delicado símbolo de suerte irlandesa que la acompaña. Me arrepiento ahora de no haberme detenido a preguntar la historia del detalle, pero me hace pensar que Graciela tiene razón, todo va a estar bien.
Buen post! Aunque un poco generalizado para mi gusto, especialmente cuando la chica dice "Ese es el destino de los venezolanos afuera" nada mas alejado de la realidad.
ReplyDeleteNo todos vivimos las mismas expeciencias, ni corremos con la misma suerte, yo tengo un año aqui, y de lo unico que me puedo quejar es que extraño a mi familia y que a veces cuando quiero que el dia sea soleado, llueve.
Creo que deberias recoger las experiencias de otras personas, porque las cosas no son blancas o negras. :)
Hola Gregorio, Gracias por comentar.
ReplyDeleteLo de "el destino de los venezolanos" es la opinión de la entrevistada por lo tanto, la comparta o no, debo reflejarla en la entrevista. Yo si creo que no todos tenemos el mismo resultado al venir aca, pero realmente es bastante comun esa situacion.
Me encantaría recoger mas experiencias y hacer de esto una serie de entrevistas, si tu o alguien que conoces se animan excelente!
Saludos,
Gabriela